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Menos dinero, más educación

 

Por primera vez, el mundo ha superado los mil millones de personas que sufren hambre. Ante este hecho histórico, la humanidad está desalentada.

La Cumbre de la FAO lo testimonia: multitud de investigaciones para averiguar cuánto cuesta salir del hambre, críticas a la superposición entre las agencias que se ocupan de agricultura y alimentación, batallas por el liderazgo en el gobierno de la agricultura mundial, Diouf que pide 44 millones de dólares, alguno que plantea posponer al 2025 el plazo para reducir a la mitad el número de pobres, prevista para el 2015.

La respuesta que se lee en los documentos de la cumbre de la FAO en Roma son máximas que nadie podría criticar: intervenciones de ayuda coordinadas y no duplicadas, apoyos tanto de emergencia como a largo plazo, responsabilización de los gobiernos de los países pobres, centralidad de los organismos multilaterales. Divagaciones.

Es evidente que las instituciones no tienen intención alguna de hacerse cargo seriamente del problema. No se trata sólo de dinero, ni de encontrar el modo de gestionarlo. Se trata de decidir si el hambre de mil millones de personas es un problema de la comunidad humana o no, sobre todo habiendo verificado que el planeta puede dar alimento a toda la humanidad. Hay que tomar una decisión: estar dispuestos a romper los privilegios consolidados, como Estados y como individuos.

Hacerse cargo del hambre en el mundo significa romper los privilegios institucionales: Benedicto XVI en el discurso a la Cumbre de la FAO cita las subvenciones, el acceso a los mercados internacionales y la especulación con los productos alimenticios. Además de la legalización de la propiedad del terreno.

Pero el Papa detecta también el riesgo de que las personas se dejen contagiar por el cinismo institucional, esperando sistemas perfectos en los que los gobiernos y organismos multilaterales puedan resolver el problema de la pobreza de cada uno con normas y reglas. «Existe el riesgo de que el hambre se considere como algo estructural, parte integrante de la realidad socio-política de los Países más débiles, objeto de un sentido de resignada amargura, si no de indiferencia»

Hacerse cargo del hambre en el mundo significa estar dispuestos a romper con los privilegios privados de cada uno de nosotros, con el derroche, con modelos alimenticios orientados únicamente al consumo y faltos de una perspectiva más amplia.

Me gustaría recordar que nuestros abuelos y bisabuelos vivieron en un mundo hambriento, o la amenaza del hambre. La salida del hambre y el desarrollo de nuestros pueblos europeos tienen su raíz en la experiencia de la "familia rural", como en otras ocasiones la ha llamado el Papa que, además de los conocimientos sobre el cultivo de la tierra, era depositaria de la cultura, es decir, de la experiencia humana en su totalidad. La inteligencia y la laboriosidad unidas a la investigación han aumentado los conocimientos y dirigido el desarrollo, siendo inseparables de una fe concreta vivida en el respeto a las personas y a la naturaleza.

Como nos enseña nuestra historia, en el desarrollo es esencial la construcción de sujetos que, redescubriendo su propio valor, se hagan cargo de su persona, de la familia y de la comunidad. Y esto corresponde exactamente a la experiencia de una organización que trabaja en los países pobres: para que una madre pueda hacerse cargo de la desnutrición de su propio hijo, no basta con una ayuda económica, es necesario que decida cuidarlo, es decir, amar, es decir, vivir con conciencia.

Para que un hombre se esfuerce en que un terreno obtenga dos o tres cosechas en vez de uno - como ocurre en muchos sitios donde, a pesar de ello, los niños se mueren de hambre - es necesario que este hombre entienda que el trabajo exalta su dignidad; sólo entonces adquiere las competencias técnicas. Y es necesario que a su alrededor haya personas dispuestas a sostener a esta madre y a este hombre en su recorrido.

El desaliento ante el hambre desaparece si la experiencia humana de la caridad prevalece sobre la defensa de los intereses y sobre el miedo a que vencerla sea un riesgo para nuestros cuerpos saciados. La revolución y el progreso nacen del corazón del hombre. La persona marca la diferencia.