Las familias ucranianas acogidas por Cesal en España se han visto arropadas a lo largo de todas las Navidades de numerosas maneras. El lunes, 19 de diciembre, gracias a la generosidad de Caser, a nadie le faltó un regalo pudieron celebrar el Día de San Nicolás. Además de la celebración de la Navidad en el centro; días más tarde, dos educadores tomaron la decisión de no compartir la cena de Nochevieja con sus familias y compartirla con las familias de la casa. ¡Una noche para desear un año nuevo cargado de paz!
El 6 de enero que para las familias de tradición Ortodoxa es precisamente el comienzo de la Navidad, un grupo de amigos voluntarios de aproximadamente 20 personas, se acercaron al centro de acogida para compartir con ellos esa noche tan señalada.
Compartimos el testimonio de uno de los voluntarios:
Sábado 6 de enero, 8 de la tarde. Las Navidades se deslizan hacia su fin con el intercambio de los regalos que Sus Majestades los Reyes de Oriente han dejado la noche anterior en las casas.
Sin embargo, para las familias de tradición Ortodoxa es precisamente el comienzo de la Navidad, ya que según el calendario juliano —instaurado por Julio César y sustituido en 1582 en occidente por el actual calendario gregoriano— corresponde con la noche del 24 de diciembre. Así pues, millones de familias en todo el mundo celebraron esa tarde la Nochebuena por todo lo alto.
Lo mismo sucedió en el centro de acogida de familias refugiadas ucranianos que CESAL gestiona desde hace meses en la finca de El Encín, en Alcalá de Henares. Pero no lo hicieron solos. A pesar de la difícil situación por la que atraviesa su país y la preocupación por los familiares y amigos que han quedado allí, un grupo de voluntarios y trabajadores de CESAL les acompañamos y cuidamos de todos los detalles para que, en una noche tan especial, se sintieran como en casa. En total, celebramos juntos esta particular Nochebuena unas 40 personas entre refugiados, trabajadores de CESAL y voluntarios.
Lo primero fue pensar y elaborar un menú navideño ucraniano, compuesto por doce platos —uno por cada mes del año— en los que no puede haber ni carne ni huevos. Fernando, responsable del restaurante-escuela “La Quinta Cocina”, fue el encargado de diseñarlo y “repartir juego” en la elaboración de los distintos platos. Aquellos más propios de la gastronomía ucraniana, como la Kutia o el Borsch, los prepararon el día anterior tres de las ucranianas acogidas, en las instalaciones de “La Quinta Cocina”.
"La conmoción, la alegría y las muestras de agradecimiento por la noche pasada juntos inundaban por igual a trabajadores, refugiados y voluntarios, porque el corazón humano, se venga de donde se venga y se esté en la situación en la que se esté, está hecho para la belleza y la bondad. Esto es lo que, precisamente, celebrábamos esa Nochebuena, que la belleza y la bondad, que la vida, la verdad y la justicia se han hecho carne y nos acompañan todos los días."
A las 8 de la tarde del 6 de enero el comedor de El Encín era un hervidero. Mientras algunos montaban las mesas y preparaban la decoración, otros terminaban de preparar, con la colaboración de la cocinera del centro, algunos de los platos que serían servidos posteriormente por un grupo de jóvenes voluntarios universitarios. Con la inestimable colaboración de Tatiana, que traducía continuamente del inglés al ucraniano y viceversa, empezamos la cena con un canto-oración con el que tradicionalmente se empieza la cena de Nochebuena, al que correspondimos con un villancico. A medida que fue avanzando la cena la distancia inicial entre unos otros se fue rompiendo. Tatiana se desvivía por explicarnos en qué consistían las diferentes comidas tradicionales que nos iban sirviendo y por expresarnos el agradecimiento de todos los allí presentes por poder pasar la Nochebuena juntos.
A su vez, se fue despertando una curiosidad por conocer quiénes éramos, qué hacíamos y por qué estábamos allí un grupo de jóvenes y no tan jóvenes compartiendo con ellos un momento tan especial.
Tras los brindis, la oración final —esta vez a cargo del marido de Tatiana, un judío norteamericano— y la recogida de la cena, nos reunimos en una sala para compartir juntos un momento de cantos, en el que se fueron alternando villancicos populares españoles con canciones tradicionales ucranianas y con las piezas que un refugiado ucraniano, pianista profesional, iba tocando con gran maestría en un pequeño piano electrónico y que lograron conmover el corazón de los presentes. Hay quien en el momento álgido de la fiesta se arrancó a bailar unas sevillanas, y quien incluso se atrevió a cantar un tema compuesto por el mismo.
Ya cerca de las 12 de la noche, foto final de todos y despedida. La conmoción, la alegría y las muestras de agradecimiento por la noche pasada juntos inundaban por igual a trabajadores, refugiados y voluntarios, porque el corazón humano, se venga de donde se venga y se esté en la situación en la que se esté, está hecho para la belleza y la bondad. Esto es lo que, precisamente, celebrábamos esa Nochebuena, que la belleza y la bondad, que la vida, la verdad y la justicia se han hecho carne y nos acompañan todos los días.